lunes, 27 de octubre de 2008

Sistema capitalista busca...

Sistema económico capitalista mundial busca nuevos gurús que lo renueven y hagan ver a la población que éste sigue siendo el mejor método para hacerles creer que esta es la forma adecuada de vivir. Muy urgente.
Éste podría ser el anuncio por palabras que a lo largo de estos días podrían colocar en los periódicos los líderes políticos mundiales. Se busca revisión urgente del sistema, pero sin poner punto y final a 200 años de injusticias sociales. Cierto libro, publicado hace unos 150 años, un tal Karl Marx ponía algunas soluciones a los problemas del capitalismo. En su día se intentaron aplicar, sin éxito, en la URSS. Eso no quiere decir que todas estas ideas estén superadas. Desde aquí, un llamamiento al genio que sepa mezclar lo bueno del capitalismo -esa falsa sensación de bienestar que amortigua la mente de las personas y nos hace ser pseudofelices, como borreguillos- y del comunismo -una verdadera igualdad social, pero sin capacidad para hacer pseudofeliz a la gente-. El economista o el gurú que lo consiga, que llame al Elíseo o a la Casa Blanca. Moncloa no cuenta, al parecer.


PD: Esta crisis, al menos, puede servir para limpiar los bancos y las empresas de indeseables, de Neocons. Es lo mínimo que hay que conseguir.
PPD: Las viñetas están cogidas de la web de El País. Estos días, lo mejor de los periódicos son precisamente estas tiras. Verlas todas juntas, desde hace un par de meses, no tiene precio.

Delisle, oriente por un occidental

Por circunstancias de su trabajo, el dibujante canadiense pero residente en Francia Guy Delisle tuvo que trasladarse, en diversas ocasiones, a Corea del Norte y a China. Allí dirigió a equipos de animadores para series de dibujos animados. Y allí también descubrió algunas de las que, al menos a nuestro parecer, son unas costumbres más bien curiosas. La influencia de los gobiernos dictatoriales de estos dos países también se refleja en la actitud de la gente con la vida y con sus vecinos.

Los dos volúmenes que cuentan las andanzas de un occidental en el oritente "profundo" son "Pyongiang" y "Shenzen". En el primero, Delisle se va cuatro meses a la capital de Corea del Norte a trabajar. De esta forma descubre que hasta las empresas de animación subcontratan sus trabajos, incluso en países tan extraños como éste. Una vez en Corea del Norte, Delisle descubre que, como extranjero occidental que es, no puede moverse por la ciudad a no ser que esté con su "acompañante" (una mezcla entre guardaespaldas, guardián de la moral y espía). Visita el museo de los regalos -una joya del frikismo: un museo con todos los regalos institucionales recibidos por el dictador, algo así como una reunión de placas, comida petrificada y figuritas de porcelana-, el lugar "turístico" por excelencia del país. Descubre como "voluntarios" barren las autopistas, por las que, por cierto, pueden pasar cinco o seis coches al día como máximo. También descubre cómo la música que escucha en su habitación -jazz, la mayoría de las veces- puede ser, según los coreanos, "perjudicial" para la moral. El libro cuenta un multitud de anécdotas con mucho humor, pero su trasfondo es triste. ¿Cómo puede vivirse en un lugar así? ¿Qué se podría hacer para cambiar las cosas?

"Shenzen" es tal vez menos triste en sus conclusiones. Delisle, otra vez, descubre el fenómeno de la subcontratación, esta vez en China, en una de las ciudades abiertas al capitalismo. De nuevo anéctodas sobre la forma de ser y el carácter de los orientales, subordinados a un férreo régimen político, pese a ser una zona en la que, según el propio Delisle "me hubiera costado menos compar un Ferrari o un Maseratti antes que un cuchillo para pelar la fruta. Bajo el hotel tenía concesionarios de las más exclusivas marcas de coches. Pero no descubrí, hasta el tercer día, una tienda de alimentación y una ferretería". El autor vuelve a usar el sentido del humor para explicar todo tipo de situaciones surrealistas.

Capítulo aparte merece la tercera obra publicada por el canadiense, "Crónicas birmanas". Aquí no es él el que se va a trabajar, si no su mujer, trabajadora de Médicos sin Fronteras. Llegan a Birmania -Nyanmar, en España, de forma oficial-, un país con un régimen político despótico, dominado por los militares. Aquí la vida es aún más triste y difícil que en China, incluso tanto como en Corea del Norte. Delisle vuelve a poner sus ojos -que podrían ser los de cualquiera de nosotros- para describir algunos de los horrores que padecen en el país. Aunque también tiene muchos toques de humor, parece como si el autor fuese evolucionando en forma de contar las cosas, y el poso amargo que deja "Crónicas birmanas" es más fuerte que en sus dos primeras novelas gráficas. En cualquier caso, las tres son muy recomendables para conocer, desde el punto de vista del occidental, la idiosincrasia de estras tres zonas del "lejano oriente".

jueves, 9 de octubre de 2008

Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera


Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera, es una novela escrita por el vasco Ramiro Pinilla a mediados de los 70. Es una biografía novelada, ambientada en su mayoría en la posguerra, aunque a quien la lea le puede parecer un libro de aventuras, porque al protagonista le ocurre de todo... y casi todo malo. Robos, hostias, palizas, torturas, hambre, gangrena, podredumbre, cárceles, manicomios -no psiquiáticos, manicomios a la antigua usanza-, venganzas familiares, enfermedades... Antonio Bayo, que así se llama el hombre, lo padece todo con estoicidad, como si fuera lo más normal del mundo. Nacido en La Baña, en la provincia de León, cerca de la frontera con Orense, el mundo es para él una tortura, cada día, un padecimiento distinto.

Me llamo Antonio Bayo, pero cuando madre me echó al mundo, una mujer que estaba allí dijo: "¡Leches, si es rubio como un ruso!". Así que no vaya usted a las Cabreras preguntando por Antonio, porque desde entonces todo el mundo me conoce por "el Ruso".
Ahora tengo seis años y madre me dice:
-Súbeme una berza
(...)
Regreso y le digo:
-No nos queda ninguna berza en el campo.

Así comienza el libro, y así comienza la carrera delictiva del Ruso: En su casa no hay qué comer, pero en algunas otras del pueblo sí lo hay, y en abundancia. Durante años y años el Ruso sólo tiene esta forma de vida: Robo, huida al monte, apresado por la Guardia Civil, apaleado, confesor de todos los delitos cometidos en el pueblo -todos, de los que él es culpable y de los que no-, visita al juez, encarcelamiento -de todo tipo, desde cárceles provinciales y penales hasta simples cuadras-, arrepentimiento, búsqueda de trabajo, desencanto al no encontrar empleo -a la mayoría de los del pueblo les viene bien que el Ruso sea el chivo expiatorio de todo lo que ocurre- y vuelta a delinquir. Así, casi toda una vida.
La novela se lee de un tirón. Antonio Bayo es un personaje muy terco, inteligente para algunas cosas y para otras no tanto, pero que cae simpático a la primera. No en vano, no es más que un muerto de hambre en una sociedad injusta, aunque él no lucha contra esta injusticia, si no que la acepta e intenta sobrevivir. Pese a que puede parecer una novela de aventuras, es un relato verídico. Pinilla entró en contacto con Bayo a petición de éste, que removió todos sus contactos para conseguirlo. En la introducción, el escritor explica cómo, según el Ruso, le habían leído la novela "Papillón", sobre los presos franceses en la Guayana, "y mi vida de perseguido por la justicia no tiene nada que envidiar".
Es una novela dura, muy dura. A veces, casi escalofriante, porque cuenta con detalle algunas de las putadas que le ocurren.

¿He movido la cabeza? Sí, la he movido, porque me cae la primera hostia del día en la cara. Luego me ponen las manos sobre la mesa y me meten alfileres entre las uñas y la carne y después hacen lo mismo en los pies. Me las hunden despacio y hasta la cabeza. La sangre sale a chorritos y el dolor me cierra los ojos.
El cabo entra, da una orden y un guardia trae el fusil y empieza a reventarme las uñasa culatazos contra la mesa. Saltan por el aire los alfileres y trozos de uñas. Me clavan nuevos alfileres y arrean más culatazos. Y así toda la noche. Los dedos se me abren y quedan sin rastro de uñas, sangrando como caños. ¡Y gracias a que Dios sólo me había dejado seis dedos!

Este es sólo un ejemplo. El resto hay que leerlo.