lunes, 27 de octubre de 2008

Delisle, oriente por un occidental

Por circunstancias de su trabajo, el dibujante canadiense pero residente en Francia Guy Delisle tuvo que trasladarse, en diversas ocasiones, a Corea del Norte y a China. Allí dirigió a equipos de animadores para series de dibujos animados. Y allí también descubrió algunas de las que, al menos a nuestro parecer, son unas costumbres más bien curiosas. La influencia de los gobiernos dictatoriales de estos dos países también se refleja en la actitud de la gente con la vida y con sus vecinos.

Los dos volúmenes que cuentan las andanzas de un occidental en el oritente "profundo" son "Pyongiang" y "Shenzen". En el primero, Delisle se va cuatro meses a la capital de Corea del Norte a trabajar. De esta forma descubre que hasta las empresas de animación subcontratan sus trabajos, incluso en países tan extraños como éste. Una vez en Corea del Norte, Delisle descubre que, como extranjero occidental que es, no puede moverse por la ciudad a no ser que esté con su "acompañante" (una mezcla entre guardaespaldas, guardián de la moral y espía). Visita el museo de los regalos -una joya del frikismo: un museo con todos los regalos institucionales recibidos por el dictador, algo así como una reunión de placas, comida petrificada y figuritas de porcelana-, el lugar "turístico" por excelencia del país. Descubre como "voluntarios" barren las autopistas, por las que, por cierto, pueden pasar cinco o seis coches al día como máximo. También descubre cómo la música que escucha en su habitación -jazz, la mayoría de las veces- puede ser, según los coreanos, "perjudicial" para la moral. El libro cuenta un multitud de anécdotas con mucho humor, pero su trasfondo es triste. ¿Cómo puede vivirse en un lugar así? ¿Qué se podría hacer para cambiar las cosas?

"Shenzen" es tal vez menos triste en sus conclusiones. Delisle, otra vez, descubre el fenómeno de la subcontratación, esta vez en China, en una de las ciudades abiertas al capitalismo. De nuevo anéctodas sobre la forma de ser y el carácter de los orientales, subordinados a un férreo régimen político, pese a ser una zona en la que, según el propio Delisle "me hubiera costado menos compar un Ferrari o un Maseratti antes que un cuchillo para pelar la fruta. Bajo el hotel tenía concesionarios de las más exclusivas marcas de coches. Pero no descubrí, hasta el tercer día, una tienda de alimentación y una ferretería". El autor vuelve a usar el sentido del humor para explicar todo tipo de situaciones surrealistas.

Capítulo aparte merece la tercera obra publicada por el canadiense, "Crónicas birmanas". Aquí no es él el que se va a trabajar, si no su mujer, trabajadora de Médicos sin Fronteras. Llegan a Birmania -Nyanmar, en España, de forma oficial-, un país con un régimen político despótico, dominado por los militares. Aquí la vida es aún más triste y difícil que en China, incluso tanto como en Corea del Norte. Delisle vuelve a poner sus ojos -que podrían ser los de cualquiera de nosotros- para describir algunos de los horrores que padecen en el país. Aunque también tiene muchos toques de humor, parece como si el autor fuese evolucionando en forma de contar las cosas, y el poso amargo que deja "Crónicas birmanas" es más fuerte que en sus dos primeras novelas gráficas. En cualquier caso, las tres son muy recomendables para conocer, desde el punto de vista del occidental, la idiosincrasia de estras tres zonas del "lejano oriente".

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